La conversión es un milagro que solo Dios puede producir. El Espíritu Santo es el dador de la vida cuyo ministerio trae vida al mundo moribundo. El éxito de nuestro testimonio y la misión no depende en última instancia de nuestro ingenio o inteligencia, sino de la efectividad del Espíritu Santo que trabaja a través de nosotros. Mientras permanecemos en Cristo y dependemos de su Espíritu para la misión es solo cuestión de tiempo hasta que termine lo que ya ha comenzado.