Ser amado por Cristo es ser odiado por el mundo. Nuestra relación con Cristo y la lealtad a su llamado nos pone en desacuerdo con los valores y las agendas del mundo. A pesar de esto, Cristo ha prometido que el fruto de sus discípulos no se verá afectado por el odio del mundo. A través del testigo de los discípulos de Cristo, el Espíritu Santo también condenará al mundo.