Cuando somos repudiados, se nos priva de la dignidad básica de nuestra humanidad. Como portadores de la imago Dei fuimos creados para reflejar la gloria de Dios y pertenecer a él. Desde Génesis 3, nuestros corazones anhelan volver a él pero no pueden hacerlo. En las garras del pecado, nuestros corazones rechazan el mismo amor que necesitan desesperadamente. Por eso Jesús tuvo que venir. Él vino a los suyos incluso si los suyos lo rechazaron porque, por la gracia de Dios, los corazones rebeldes y pecadores de aquellos que le responden con fe pueden nacer de nuevo y convertirse en lo que Dios nos hizo ser, sus hijos.