Dios debe quebrantarnos antes de poder bendecirnos. Acudirnos a él con humildad para recibir por gracia lo que no podemos ganar con nuestro esfuerzo personal es el comienzo del evangelio y la entrada del Reino. En las primeras tres bienaventuranzas, Jesús aplasta el orgullo de este mundo y lo reemplaza con la provisión todo suficiente de la gracia de Dios.