En el Reino de Dios el ser viene antes que el hacer. Como vimos en las tres primeras bienaventuranzas, Dios debe quebrantar nuestro orgullo antes de concedernos su bendición y, en ella, descubramos nuestra verdadera felicidad a través de la vida nueva de su perdón. Una vez restaurada nuestra relación con Dios, Dios nos da una nueva hambre por su vida y una nueva disposición para bendecir a aquellos que todavía están sufriendo. Al ser rehechos a su semejanza, recibimos una nueva visión de la vida que surge de un corazón puro que ve a Dios y se transforma a su semejanza.