Todos nacemos perdidos y seguimos perdidos hasta que Jesús nos encuentra. A veces, las actividades diarias en nuestras vidas crean la ilusión de propósito y significado, pero la realidad es que sin Jesucristo nuestra vida es desesperada y vacía. Nuestro corazón anhela a Dios y no es hasta que Jesucristo nos intercepta con su invitación que nos damos cuenta de lo perdidos que estamos. La invitación de Jesús es simple pero profunda. “Sígueme”, dice, y cuando respondemos positivamente a su invitación, nuestra vida está llena de un nuevo sentido de su curación y presencia que excede todo lo que este mundo puede ofrecer.