La ansiedad se alimenta de las amenazas percibidas. Cuando alguien o algo que nos importa está en peligro, ya sea en la vida real o en nuestra imaginación, las posibilidades de estas amenazas pueden hacer que nuestra presión arterial se dispare y, a veces, colocarnos en ciclos de descenso en espiral de hábitos y comportamientos poco saludables y riesgosos. El antídoto para un corazón controlado por la ansiedad, nos dice Jesús, es asegurarnos de que los afectos fundamentales de nuestro corazón no estén controlados por la naturaleza temporal e insegura de los tesoros mundanos. Sólo cuando invertimos nuestra vida en los propósitos eternos de Dios porque nuestro corazón está puesto en él, podemos experimentar la paz y la seguridad que sólo él proporciona. Después de todo, donde esté nuestro tesoro, también estará nuestro corazón. Cuando Dios es nuestro tesoro, nuestro corazón es el suyo.