Después del exilio, el pueblo de Israel vivía bajo la dominación de las naciones gentiles. El trono davídico fue depuesto, y la realidad del reino dio paso a la promesa de que algún día Dios restauraría el trono de David a través de la llegada del Mesías. Muchos esperaron para ver lo que parecía una promesa imposible. Pero en la plenitud del tiempo, Dios envió a su Hijo para asegurarse de que todas sus promesas en él encontrarían satisfacción. El rey no vendría a satisfacer las expectativas de los hombres, sino para asegurarse de que la voluntad de Dios se haga como está en el cielo.